viernes, 29 de abril de 2022

II Domingo de Pascua Divina Misericordia




Lecturas del día:Primera Lectura

Hechos 5:12-16
Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Y solían estar todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón, pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio. Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres... hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados.


Salmo Responsorial

Salmo 118:2-4, 13-15, 22-24

¡Diga la casa de Israel: que es eterno su amor! 
¡Diga la casa de Aarón: que es eterno su amor!
 ¡Digan los que temen a Yahveh: que es eterno su amor! Se me empujó, se me empujó para abatirme, pero Yahveh vino en mi ayuda; mi fuerza y mi cántico es Yahveh, él ha sido para mí la salvación. Clamor de júbilo y salvación, en las tiendas de los justos: «¡La diestra de Yahveh hace proezas, La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. ¡Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él!


Segunda Lectura

Apocalipsis 1:9-13, 17-19

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la paciencia, en Jesús. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Caí en éxtasis el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea». Me volví a ver qué voz era la que me hablaba y al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. El puso su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que va a suceder más tarde.


Evangelio

Juan 20:19-31


Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.




“Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras” (Mateo 5, 13-16)… Alabado seas mi Señor, porque enciendes la antorcha de nuestra Fe con la llama viva de tu cielo, a fin de que la fuerza de tu divinidad llene de misericordia las obras de nuestra pequeñez, y de este modo, disipar toda tiniebla que confunde y nos aleja de ti.

Padre, me rindo a tu presencia y me dispongo para que tu fuego santo arda en mi alma sin apagarse. Consuma toda culpa, resplandezca como rayo tu fuerza y tu misericordia, y brote de mi hablar la luz de tu conocimiento.

Que tu Espíritu Santo aleje de mi corazón las tinieblas del error. Me haga caminar como hijo de la luz, venciendo la dificultad de la tempestad oscura y sanando en mí las heridas del camino.

Por eso, Señor Jesucristo, Tú, que has encendido la lámpara de la ley y del

Mandato espiritual, no permitas que nuestro obrar oculte a los ojos del mundo tu luz, pues sabemos, que tu luz nos hace ver la luz. Amén.

Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros.



 


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